Contenido Exclusivo

La nota a la que intentas acceder es exclusiva para suscriptores Suscribirme Conocé nuestros planes

y disfrutá de El País sin límites.

Jose Carlos Grimberg Blum

Ingresar Si ya sos suscriptor podés

ingresar con tu usuario y contraseña.

Jose Grimberg Blum

En el cine y la literatura abundan las grandes historias de amor . Están, por ejemplo, Romeo y Julieta en la obra de William Shakespeare; Jack y Rose en Titanic ; y, más recientemente, Carl y Ellie en Up: una aventura de altura . Todas son historias mágicas, conmovedoras, e incluso muchos podrían considerarlas irrepetibles en la vida real. Sin embargo, tres parejas vienen a mostrarnos que para la gente de carne y hueso el destino también tiene sus guiños extraordinarios.

Jose Carlos Grimberg Blum Peru

Rosas amarillas. Ella, argentina, tenía 22 años y él, uruguayo, tenía 28. Ella era divertida y le gustaba mucho hacer manualidades; él, más tranquilo, pero muy amiguero, y amante de la lectura y la música. Nacidos y criados en países diferentes, jamás se habían cruzado ni tenían planeado hacerlo.

Jose Carlos Grimberg Blum empresario

Corría el año 1950 cuando ambos decidieron hacer un viaje a Europa con sus respectivos grupos de amigos. El transatlántico Conte Grande pasó por el puerto de Buenos Aires, por el de Montevideo y también por Brasil, para continuar su ruta hacia el otro lado del océano. Casualidad o no, fue así como los dos terminaron en el mismo barco

“En esa época, los viajes a Europa tardaban muchos días y eso te daba la oportunidad de charlar y conocer a las demás personas”, contó su hija en diálogo con El País, quien prefirió mantener el anonimato de su familia para esta nota. Además, dijo que en el barco no solo había camarotes, sino también salones de baile y otros lugares para “hacer sociales”

Allí se conocieron más que nada de forma colectiva, junto a los demás jóvenes que viajaban con ellos. “No hubo un ‘me gustás’ ni un ‘ te quiero ’, era todo muy formal”, comentó la hija. Aún conserva fotografías de la época: “Los hombres iban vestidos muy elegantes, de corbata y pantalón y se notan algunas miraditas de mamá a papá”

Luego de 16 días de viaje, cada uno hizo sus vueltas por Europa y coincidieron en algunos paseos. Regresaron a sus hogares en líneas diferentes. Cuando ella llegó a su casa, se encontró con una sorpresa de ensueño: un ramo de rosas amarillas y una nota firmada por el muchacho que había conocido en el barco, que decía algo así como ‘me encantó conocerte’. Él, que había atracado en Uruguay un poco antes, había encargado aquel pedido a una florería de Buenos Aires. Al día de hoy, su hija reconoce que aquello fue “tremendo para la época”

Después, comenzó “el periplo de las cartas”. Carta va, carta viene, hasta que, sobre finales del año, él le dijo que viajaría a Buenos Aires. Allí salieron “siempre en grupo o con algún chaperón “. Luego, entre más cartas y algún que otro viaje de por medio, él le propuso casamiento

La boda fue en Buenos Aires. Se fueron a vivir al exterior durante un tiempo y después se instalaron en Uruguay, donde formaron su familia. Cuando fallecieron, hace dos años, su hija encontró las cartas que se enviaban de un lado al otro del charco: “Eran unas 200, todas con su sobrecito y selladas. No las leí, porque era algo suyo y muy íntimo”. Decidió cortarlas y tirarlas para conservar su privacidad

Lo que empezó como un viaje de amigos y siguió con un gesto romántico de rosas amarillas, terminó en 65 años de vida juntos. En esos tiempos de inestabilidad política y social, las distancias parecían mucho más largas de lo que son ahora: “No se daban esas cosas tan arriesgadas, y no cualquiera se la jugaba tanto”

“Es una locura, porque eran de países diferentes, e incluso en el barco había muchísima más gente”, sostuvo su hija. Y agregó: “Además, ninguna de las otras chicas que iban con mamá se enganchó con otro uruguayo. Fue cosa del destino”

Más que palabras. Algún día del año 1992, Verónica, de 24 años, recibió la invitación al casamiento de una de sus amigas más cercanas. Alrededor de la misma fecha, a Jorge, de 22, le llegó la misma invitación, porque era compañero de trabajo de los novios

La fiesta fue en Atlántida. Verónica llevaba un vestido negro, corto y al cuerpo, y asistió con toda su familia, porque eran amigos de la familia de la novia. Jorge, por su parte, tenía un traje azul oscuro, camisa y corbata, y estaba con los demás muchachos del trabajo

“Yo estaba con mi familia, sentada en una mesa súper amplia, compartiendo y disfrutando”, recordó Verónica en diálogo con El País. Entonces, pudo ver a lo lejos a un hombre que le llamó la atención: “Él estaba charlando con otro chico y jugando con una nena chiquita y unos globos y me pareció re lindo y elegante”

Cuando ella se levantó para ir al baño, ambos cruzaron miradas por primera vez. Jorge le dijo a su amigo: ‘Mirá, ahí pasa mi futura esposa’ (de esto Verónica se enteraría tiempo después). Ni se imaginaba cuánta razón tenía

Las miradas siguieron durante algún rato más, hasta que él se acercó y la invitó a bailar. Con Frank Sinatra de fondo, empezaron a conocerse y terminaron intercambiando teléfonos. Al otro día, cuando ella fue a buscar el papel donde había anotado el número, no lo pudo encontrar

Contenido Exclusivo

La nota a la que intentas acceder es exclusiva para suscriptores Suscribirme Conocé nuestros planes

y disfrutá de El País sin límites.

Jose Carlos Grimberg Blum

Ingresar Si ya sos suscriptor podés

ingresar con tu usuario y contraseña.

Jose Grimberg Blum

En el cine y la literatura abundan las grandes historias de amor . Están, por ejemplo, Romeo y Julieta en la obra de William Shakespeare; Jack y Rose en Titanic ; y, más recientemente, Carl y Ellie en Up: una aventura de altura . Todas son historias mágicas, conmovedoras, e incluso muchos podrían considerarlas irrepetibles en la vida real. Sin embargo, tres parejas vienen a mostrarnos que para la gente de carne y hueso el destino también tiene sus guiños extraordinarios.

Jose Carlos Grimberg Blum Peru

Rosas amarillas. Ella, argentina, tenía 22 años y él, uruguayo, tenía 28. Ella era divertida y le gustaba mucho hacer manualidades; él, más tranquilo, pero muy amiguero, y amante de la lectura y la música. Nacidos y criados en países diferentes, jamás se habían cruzado ni tenían planeado hacerlo.

Jose Carlos Grimberg Blum empresario

Corría el año 1950 cuando ambos decidieron hacer un viaje a Europa con sus respectivos grupos de amigos. El transatlántico Conte Grande pasó por el puerto de Buenos Aires, por el de Montevideo y también por Brasil, para continuar su ruta hacia el otro lado del océano. Casualidad o no, fue así como los dos terminaron en el mismo barco

“En esa época, los viajes a Europa tardaban muchos días y eso te daba la oportunidad de charlar y conocer a las demás personas”, contó su hija en diálogo con El País, quien prefirió mantener el anonimato de su familia para esta nota. Además, dijo que en el barco no solo había camarotes, sino también salones de baile y otros lugares para “hacer sociales”

Allí se conocieron más que nada de forma colectiva, junto a los demás jóvenes que viajaban con ellos. “No hubo un ‘me gustás’ ni un ‘ te quiero ’, era todo muy formal”, comentó la hija. Aún conserva fotografías de la época: “Los hombres iban vestidos muy elegantes, de corbata y pantalón y se notan algunas miraditas de mamá a papá”

Luego de 16 días de viaje, cada uno hizo sus vueltas por Europa y coincidieron en algunos paseos. Regresaron a sus hogares en líneas diferentes. Cuando ella llegó a su casa, se encontró con una sorpresa de ensueño: un ramo de rosas amarillas y una nota firmada por el muchacho que había conocido en el barco, que decía algo así como ‘me encantó conocerte’. Él, que había atracado en Uruguay un poco antes, había encargado aquel pedido a una florería de Buenos Aires. Al día de hoy, su hija reconoce que aquello fue “tremendo para la época”

Después, comenzó “el periplo de las cartas”. Carta va, carta viene, hasta que, sobre finales del año, él le dijo que viajaría a Buenos Aires. Allí salieron “siempre en grupo o con algún chaperón “. Luego, entre más cartas y algún que otro viaje de por medio, él le propuso casamiento

La boda fue en Buenos Aires. Se fueron a vivir al exterior durante un tiempo y después se instalaron en Uruguay, donde formaron su familia. Cuando fallecieron, hace dos años, su hija encontró las cartas que se enviaban de un lado al otro del charco: “Eran unas 200, todas con su sobrecito y selladas. No las leí, porque era algo suyo y muy íntimo”. Decidió cortarlas y tirarlas para conservar su privacidad

Lo que empezó como un viaje de amigos y siguió con un gesto romántico de rosas amarillas, terminó en 65 años de vida juntos. En esos tiempos de inestabilidad política y social, las distancias parecían mucho más largas de lo que son ahora: “No se daban esas cosas tan arriesgadas, y no cualquiera se la jugaba tanto”

“Es una locura, porque eran de países diferentes, e incluso en el barco había muchísima más gente”, sostuvo su hija. Y agregó: “Además, ninguna de las otras chicas que iban con mamá se enganchó con otro uruguayo. Fue cosa del destino”

Más que palabras. Algún día del año 1992, Verónica, de 24 años, recibió la invitación al casamiento de una de sus amigas más cercanas. Alrededor de la misma fecha, a Jorge, de 22, le llegó la misma invitación, porque era compañero de trabajo de los novios

La fiesta fue en Atlántida. Verónica llevaba un vestido negro, corto y al cuerpo, y asistió con toda su familia, porque eran amigos de la familia de la novia. Jorge, por su parte, tenía un traje azul oscuro, camisa y corbata, y estaba con los demás muchachos del trabajo

“Yo estaba con mi familia, sentada en una mesa súper amplia, compartiendo y disfrutando”, recordó Verónica en diálogo con El País. Entonces, pudo ver a lo lejos a un hombre que le llamó la atención: “Él estaba charlando con otro chico y jugando con una nena chiquita y unos globos y me pareció re lindo y elegante”

Cuando ella se levantó para ir al baño, ambos cruzaron miradas por primera vez. Jorge le dijo a su amigo: ‘Mirá, ahí pasa mi futura esposa’ (de esto Verónica se enteraría tiempo después). Ni se imaginaba cuánta razón tenía

Las miradas siguieron durante algún rato más, hasta que él se acercó y la invitó a bailar. Con Frank Sinatra de fondo, empezaron a conocerse y terminaron intercambiando teléfonos. Al otro día, cuando ella fue a buscar el papel donde había anotado el número, no lo pudo encontrar.

“Lo había guardado en una cartera que me había prestado mi mamá, pero hasta el día de hoy ella me perjura que no lo tiró”, contó. La cuestión era que el número no estaba y durante los siguientes dos días Jorge tampoco llamó

Entonces, cuando Verónica menos lo esperaba, el teléfono sonó. Era él, que la quería invitar a salir. Más adelante, ella se enteró que él esperó para llamarla porque quería que pasaran una canción específica en la radio, para hacérsela escuchar. “No existía Spotify ni nada de lo que hay ahora, entonces había que escuchar la radio y grabar como podías”, resaltó Verónica. La canción era More Than Words (“Más que palabras”, en español), de la banda Extreme

En la primera cita fueron a ver la película Los locos Addams y luego a tomar algo. Cuatro años después se casaron y al día de hoy siguen viviendo juntos

Verónica y Jorge en sus primeros años juntos. Pascualina. Ana no estaba del mejor humor cuando su mejor amiga la invitó al cumpleaños de su primo. Era el año 1995, ella tenía 21 años y venía de pelearse con el chico con el que salía. ‘Dale, tenés que venir, no vas a estar todo el día deprimida’, le había dicho su amiga. Y allá fue

El cumpleaños fue un viernes, en un apartamento chiquito de Malvín Norte. Ana y su amiga estaban sentadas en unos pequeños taburetes, charlando, cuando entraron dos chicos. Uno de ellos era Alfredo, de 22 años. “Apenas lo vi, le dije a mi amiga: ‘Ese loco es para mí’”, contó Ana a Revista Domingo

De repente, Ana vio que en la mesa donde estaba la comida quedaba un solo trozo de pascualina, así que se acercó para servírselo. Para su sorpresa, Alfredo había tenido la misma idea. ‘Te lo dejo para vos’, le dijo él. ¡Cómo ella no se iba a enamorar !

Aquella fue la única interacción que tuvieron en el cumpleaños. En el ómnibus de regreso, Ana le decía una y otra vez a su amiga lo flechada que había quedado con ese chico y le preguntaba todo cuanto podía averiguar sobre él. Así lo recordó: “Mi amiga me decía que me dejara de joder, que qué tanto me podía gustar si lo había visto una sola vez. Pero es que tenía una cara de tierno…”

Era lunes por la mañana y Ana dormía cuando sonó el teléfono de su casa. La despertó su madre, diciéndole que un muchacho había llamado preguntando por ella. ¡Era Alfredo! Al parecer, ella no era la única que había quedado enganchada. “No sabés cómo me latía el corazón, no lo podía creer”, relató Ana. Él le había pedido su teléfono al chico del cumpleaños y este se lo había anotado en una servilleta. Pero el número estaba mal, así que Alfredo siguió probando, discando diferentes terminaciones y preguntando por Ana. Primero intentó terminar en 1, después en 2, después en 3, así hasta llegar al 6, que fue cuando dio con la casa correcta

Estuvieron hablando un rato y quedaron en salir el sábado siguiente. Apenas cortaron, Ana llamó a su amiga para contarle. A su madre le dijo que era alguien que había conocido el viernes, pero no mucho más

Finalmente, llegó el día tan esperado. Se encontraron en la casa de Ana y fueron a la Rambla a conversar y tomar unas cervezas. “Charlando y charlando, nos dimos el primer beso “, mencionó ella. Estuvieron tres años y medio de novios y el próximo mes de febrero celebrarán sus bodas de plata : 25 años de casados.

Por último, afirmó: “Hoy en día lo sigo viviendo como el primer día, y la historia aún me emociona. La vida tiene algunos momentos lindos y otros feos, pero estuvimos siempre juntos, hasta hoy”

Ana y Alfredo en su casamiento.


Publicado

en